Pipiolo se lo merece

viernes, 10 de junio de 2011

Estimado amigo:

    cada vez que lo veo por la calle, últimamente poco, o me hablan de él, me vienen a la memoria años gloriosos de mi juventud. A su lado aprendí amistad, vecindad, afinidad, apego, trato......, supervivencia. Te hablo de Pipiolo, este peculiar personaje, querido, estimado y apreciado por todos aquellos lugares por donde ha pasado. Currante, de dedos porretosos de coger ladrillos, de dedos llagueados de coger los azulejos metidos en agua en el bidón, currante de buscar a diario un jornal que llevar a casa, currante de sobrevivir y subsistir, currante de fuera casco y pañuelo anudado en las cuatro esquinas.

     Antes de que le apretara el hambre y se marchara a Mallorca, "jeje vaya vaya" Pipiolo sentó su peculiar escuela por todos los equipos que entrenó. No era tio de pizarra, ni de estrategias raras y tácticas en aquellos tiempos incompresibles, ni de dramas sangrantes, su fútbol se basaba en menos estrellas y mas huevos, fuerza y tesón todo el tiempo de juego. Cuando te miraba fijamente y la boca entreabierta ya adivinabas lo que te iba a decir: "jeje vaya, que me cago en tu nación, je vaya donde vives". Entrenó a "to quisqui", en equipos capitalinos que marcaron historia, La Merced, la Unión Deportiva, La Pavoni, el Magefesa, La Glorieta, etc. Lo recuerdo desde la cancela de mi casa frente al Jamarguillo, la noche de los sábados en aquella azotea de los depósitos aprovechaba el calor de la lumbre para calentarse unos chorizos de Las Infantas, entre trago y trago de vino "tres pistolas" con pitorro y una charleta, se arrugaba entre dos mantas para pillar el campillo, para que nadie le robara "el Jamarguillo".

     Pipiolo fué boxeador, decia Jorgito de él que su pegada era fuerte y firme, pero era muy anárquico en el ring, desordenado, lo tituló como boxeador de calle. Al dejar los guantes lo tuvo claro que lo suyo era ser "míster", entrenar a los equipos de barrio en aquellos improvisados campos de Dios que rodeaban esta ciudad tan pueblerina en aquellos años 60 y 70. En aquella época a Pipi le sobró ser del Tomillo o ir a la escuela lo justo para triunfar o ser un trabajador íntegro de dia y un entrenador de juveniles y veteranos de noche, le faltó el padrino de turno.

     Se marchó a Mallorca en busca del tesoro que Jaén no le daba, allí me lo encontré un dia, salía de la obra de poner azulejos y llevaba dirección del campo del Atlético Baleares. Allí se ganaba un sobresueldo siendo el ayudante de Martín Vences, ¿te acuerdas de este entrenador?. En Mallorca como en Jaén, siempre en la obra por la mañana, siempre en los campos de fútbol por la noche. Su vuelta a Jaén ya la conociste, con el morral vació y las perdices revoloteando encontró un hueco en su Real Jaén, volvió a hacer de todo en el club blanco, en el viejo cascarón de la Victoria volvía a reunir a amigos de tiempos atrás. Aún recuerdo a Pipiolo acercarse a Tolo Plaza y cuchichearle en el oído, una vez escuchado el chisme, cigarro en ristra, a Tolo se le multiplicaban las arrugas y el bigote se le subia de nivel. ¡¡ Ay señor, señor !!

     Acompañó a Antoñete los últimos años de su vida. Fué su cicerone, sus pies, su vista, sus manos, y en esas edades lo mejor de todo, su compañero. A Pipiolo se le homenajea en vida. Pipiolo es un grande del Jaén de la calle, Pipiolo se lo merece y a los que en un momento de nuestra vida nos marcó, debemos estar orgullosos de haber compartido ratos y momentos de nuestra vida con él.

     El domingo por la mañana en el campo del Cerrillo de la Misericordia hay que estar con Pipiolo. ¡Te hubiera gustado seguro!

     Hasta pronto.

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